ÁNGELES: Carta de agradecimineto de un padre al Centro de Desarrollo Infantil y Atención Temprana de ASPRONA en Hellín

Compartimos con vosotros la bonita carta de José Antonio Tortosa, en la que expresa su agradecimiento por la atención que ha recibido su hija de todo el equipo y en especial para su fisioterapeuta, Elvira García en el Centro de Desarrollo Infantil y Atención Temprana de ASPRONA en Hellín.

Toda la familia ASPRONA estamos muy emocionados por tus palabras de agradecimiento. Trabajamos para conseguir que las personas con discapacidad tengan los mismos derechos que cualquier ciudadano, esa es nuestra misión

«Cuatro angelitos tiene mi cama, cuatro angelitos que me la guardan», de chico me cantaban y repetía aquellos versos sin darles demasiado sentido. Ya pasaron muchos años, hoy soy padre de dos niñas que iluminan el mundo cada vez que ríen, luchadoras, preciosas y campeonas. Y sí, además de todo eso, una de ellas, a fecha de hoy, tiene reconocida una discapacidad. Hace cosa de dos años algo empezó a no funcionar, tras muchas visitas y pruebas un día pregunté a un doctor si mi hija podría alguna vez andar, hablar, sentir el mundo, y sobre todo defenderse de él, simplemente se encogió de hombros. Ese día comenzó una tormenta. Fue como si el viento me hiciera caer con mi niña de un barco, en una noche oscura, en un mar negro de agua helada, mientras gritaba a una cubierta llena de gente que se alejaba tranquila, sin siquiera prestarnos atención. Y un miedo horrible llegó, como un rayo que me partiera el alma. Aquel miedo lo inundó todo, absolutamente todo. Solo quien lo ha vivido entiende ese terror y esa soledad.

Recuerdo, como si hoy fuera, dos cosas de mi llegada al CDIAT. La primera, una sala de colchonetas y espejos en la que poco más cabía, porque todo lo llenaba una sonrisa, enorme, inmensa, no era una sonrisa formal, era diferente, como si por sí sola pudiera abrazar, no creo que sea capaz de explicarlo. La segunda, una caja de pañuelos de papel que nos pusieron bien cerca, no hubo que decir nada, eran para llorar.

Empezaron las visitas, los ejercicios, los test, y con ellos mi perplejidad de los primeros meses, en los que aquella mujer de enorme sonrisa no paraba de insistir en cómo estaba, cómo me encontraba, ¡el problema es de mi niña! pensaba, a qué tanta pregunta… Poco a poco me fui dando cuenta, lo fui entendiendo, aquella mujer solo estaba sembrando, despacio, con la calma de quien sabe hacer, porque para poder ayudar a mi niña lo primero que necesitaba era un padre y una madre que se creyeran capaces de ayudar a su hija.

Así fue como poco a poco me enseñó a caminar en la tormenta, a levantarme mil veces, a hacer camino donde no lo hubiera.  Así fue como aprendí quizá la mayor lección, a mirar al miedo a los ojos, a convivir con él. Pero sobre todo a saber que no, no estábamos solos, que al fin alguien en aquel barco que se alejaba se daba cuenta de que habíamos caído, y nos agarraba fuerte con su mano.

Es difícil explicar en pocas líneas como la grandísima profesionalidad de unas personas puede quedar eclipsada por su humanidad, por su bondad, por su incapacidad para rendirse, difícil hacer ver en una carta cómo se ha enseñado a luchar y a avanzar a mi hija, cómo me la han llenado de vida. Después he aprendido también que hay en el mundo gente maravillosa, personas preparadas pero sobre todo buenas, no tengo mejor definición. Pero aquella sonrisa enorme, aquella luz, aquella mano en la tormenta fue la primera.

Hoy me pregunto si podría devolver siquiera una parte de todo aquello, o cuánto vale la esperanza de una familia, y sé que jamás podré agradecer lo suficiente lo que en aquel lugar se hizo por mi hija. Pude leer, a raíz de unos voluntarios que se lanzaron a salvar vidas tras un terremoto, «cuando la tierra tiembla, aparecen ángeles que viven entre nosotros vestidos de humanos». Hace dos años mi tierra tembló, y un ángel apareció, no tenía alas, y sangraba y lloraba como yo, enseñó a mi pequeña a mover montañas, me trajo mil lágrimas dulces, y dio sentido al fin a aquellos versos, los que me cantaban de chico.

Sí, ahora lo sé, los ángeles existen, y me guardan a mi niña.

GRACIAS CDIAT HELLÍN, NO OS OLVIDARÉ NUNCA.